El entorno de negocios y la realidad de las industrias hoy en día exhiben un crecimiento desmesurado en su complejidad y tamaño. Los desafíos que las empresas deben enfrentar sobrepasan por mucho lo que hasta hace muy poco eran considerados el paradigma normal de las industrias, y en ocasiones parece que el enfoque y la profundidad de la que se autodenomina «academia» está muy rezagada respecto a las verdaderas necesidades de las empresas.
Desde que la educación superior se convirtió en un negocio, la academia ha venido perdiendo su rigor y su enfoque, llegando al punto en el que nos encontramos hoy en día: universidades ofreciendo programas paupérrimos en contenido y miopes en cuanto a la realidad del planeta, y al mismo tiempo profesionales que ya no se interesan en hacer avanzar su disciplina y su industria; sólo buscan el aumento de sueldo que les dará su nuevo diploma.
Hablo desde la perspectiva Colombiana, pues no conozco a fondo las realidades de los demás países de América Latina. En este ambiente me encontré con una falta de alineación abrumadora, donde existen, por ejemplo, programas de Ingeniería Industrial ya casi no tienen nada de «ingeniería» ni de «industrial», donde las empresas tercerizan sus procesos de selección a compañías de Head Hunting que no tienen la más mínima idea de lo que su negocio hace o requiere, y sobre todo, un ambiente donde las universidades enseñan lo que «se vende bien» en lugar de lo que su país necesita.
Cada vez es más frecuente encontrar profesionales que durante toda su carrera han evadido las matemáticas, lo más avanzado que saben hacer en una hoja de cálculo es usar la «autosuma», y jamás en su vida han escrito una línea de código. Expertos en negocios internacionales que no conocen las reglas Incoterms, especialistas en logística que no saben qué es un algoritmo de optimización, y altos gerentes que no conocen otras culturas, otros idiomas y por supuesto están desconectados de la realidad global. Pero lo peor de todo, es que estos personajes han pagado sumas exorbitantes por obtener sus títulos y son considerados los expertos que sacarán un país y una región adelante.
Esta es una época de discontinuidad, donde la realidad superó hace mucho a la denominada «trayectoria» o experiencia en la que se basan los profesionales que siguen estando a la cabeza de muchas empresas e industrias. Hoy en día no es suficiente con tan sólo tener «el look»; ese look con el que la pluma Montblanc, la barriga consultora y una muy recorrida cabellera blanca eran otrora más que suficientes para orientar empresas. Y no se me malentienda, la experiencia sigue y seguirá siendo invaluable, pero ya no es suficiente por sí misma.
Dirigir y gerenciar una empresa de cualquier índole en el mundo en el que vivimos hoy en día requiere de herramientas y conocimientos que no se obtienen a través de los años, deben aprenderse en donde se supone que se aprende: la academia. Desafortunadamente, la academia sigue enfilada hacia sus cuentas bancarias y dejó de estar en sintonía con las necesidades de los gremios que dice servir.
¿Hacia dónde vamos? Con esta pregunta inicié esta columna y la respuesta, aunque incierta, se sesga hacia un futuro no muy beneficioso. Actualmente nuestra región latinoamericana sigue teniendo problemas de competitividad, infraestructura, mal uso de recursos naturales y principalmente problemas sociales enormes. Si en medio de tal contexto sumamos el hecho de que la academia y los profesionales que constituyen la industria se divorcian de sus fines últimos y del motor que impulsa cada una de estas ramas, la respuesta a la pregunta que encabeza este artículo comienza a adquirir un aire cada vez más evidente de «déjà vu»: seguiremos la senda que llevamos siglos recorriendo y no dejaremos de ser un continente lleno de «países en vías de desarrollo».
Excelente Artículo.
Educación divorciada de la realidad empresarial e industrial en un mundo de alta variabilidad en los negocios en donde el desarrollo de Talentos es la clave para competir.
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