Recientemente hemos visto cómo los gremios de transportadores en muchos países alrededor del mundo se han alzado en protesta debido a las constantes problemas derivados de políticas y prácticas que deterioran su industria y que atentan con la sostenibilidad económica y social de las actividades de transporte. ¿Qué sucede?
La manera en que la industria del transporte esta diseñada en general, y principalmente la de transporte de carga terrestre en camiones, está desalineada en cuanto a la realidad de los mercados y su evolución creciente, los modelos de negocio de los transportistas y las condiciones bajo las cuales muchos de los trabajadores de esta industria deben realizar su labor.
No se trata de un fenómeno localizado o puntual que obedezca únicamente a políticas nacionales o locales, se trata de una problemática que se ve aparecer en países alrededor de todo el mundo y en economías y sociedades tan contrastantes como Suecia y Colombia, por ejemplo. Estas políticas, que varían enormemente en su naturaleza y complejidad, afectan de maneras perversas la sostenibilidad de la industria y reducen las posibilidades de mejora de las condiciones de los participantes más vulnerables: los empleados transportistas y los pequeños empresarios.
No es desconocido el hecho de que los márgenes de ganancia «normales», o más exactamente comunes, de las empresas de transporte terrestre a nivel mundial sean de alrededor del 1-2%, sin importar qué tan grande y fuerte sea una empresa en su mercado. Las empresas, buscando obtener una ínfima fracción más de ganancias, comienzan a incurrir en prácticas que desestabilizan al sector, como exceso de vehículos para una demanda que no crece, tercerización de la flota migrando de flotas propias a vehículos que pertenecen a los conductores y pequeños transportadores, malas condiciones laborales y requerimientos abusivos de horarios y temporadas de trabajo a los conductores, al igual que operaciones con vehículos viejos que no cumplen con los estándares ambientales ni de seguridad.
Por parte de los trabajadores, no existen muchas alternativas. No pueden quedarse sin empleo, y los que son propietarios de sus vehículos deben continuar amortizando la enorme inversión realizada, viéndose obligados a aceptar este tipo de abusos por parte de quienes los contratan.
Estas problemáticas que se ven inauditas y anticuadas son la actualidad de la industria del transporte, no sólo en América Latina sino en el mundo. Por ejemplo, un gran problema se sigue presentando en los países escandinavos, donde empresas europeas con tránsito libre y restricciones ambiguas e insuficientes contratan conductores de países de Europa Oriental como Bulgaria, Rumania y otros, donde las exigencias de salario mínimo son ridículamente bajas y las regulaciones de ambiente y seguridad laboral son insuficientes. Posteriormente, envían sus flotas a países como Noruega, Suecia, Dinamarca y Alemania a realizar expediciones de hasta 25 semanas continuas, en las que los conductores deben pagar su propia estadía, alimentación y cualquier desviación en el consumo de combustible o tablas de tiempos sale de sus bolsillos. (Ver Cabotagestudien, estudio realizado por Dr. H. Sternberg).
Medidas insuficientes y negligentes.
Mientras tanto, los gobiernos parecieran estar solucionando las protestas con medidas de mitigación insulsas y de último minuto, sin revisar en detalle los problemas que hacen que estas situaciones se presenten de forma recurrente y sistemática. Por lo pronto, en el caso de Colombia, ha habido paros y huelgas de transportadores de manera repetitiva durante la última década, y en cada ocasión los motivos para ello son sorprendentemente similares.
Queda claro que no se trata de un problema Latinoamericano, sino que es una constante en muchas regiones del mundo: la industria del transporte sufre de una debilidad estructural que atenta contra los empleados, pequeños empresarios y propietarios de vehículos, que son mayoría. Todo esto sumándose a los efectos colaterales que los paros de transportistas generan en la sociedad: desabastecimiento, especulación de precios, inflación e inestabilidad política, económica y de seguridad.
Problema diseminado en toda la industria.
Esta problemática, como lo mencionábamos anteriormente, no se limita al transporte terrestre de carga. Las líneas aéreas están enfrentando los mismos inconvenientes, donde ni siquiera los bajos precios del petróleo han dado un respiro a las condiciones laborales que se les imponen a los trabajadores; las empresas siguen presionando en una continua búsqueda de reducción de costos.
El gran problema.
El gran problema parece ser la falta de entendimiento y visibilidad que se tiene sobre esta industria, de la cual depende casi toda la sociedad pero que simplemente se da por sentado que funciona y funcionará siempre sin importar qué tanta presión se ejerza sobre ella. Los gobiernos y las empresas usuarias de estos servicios requieren una visión de mayor profundidad en la problemática del transporte y actuar en conjunto para mitigar las situaciones insostenibles que desde hace años deterioran la industria.